jueves, 6 de octubre de 2011

De la política a la politiquería



Este artículo lo escribí hace más de un año, cuando se desarrollaba la jornada electoral para elegir senadores y representantes, pero veo que no ha perdido vigencia (las fortalezas del periodismo escrito), por ello lo traigo a una colación bien intencionada y a su vez, reactivo mi blog, ese hijo desamparado que sé, me puede dar buenas satisfacciones. En buenahora, vuelvo con más contundencia, ahora que además he recuperado mi antigua y extrañada cuenta de correo; es para que me escriban y me dejen sus comentarios.
A pesar de sus nobles antecedentes, ya es una costumbre volver la política politiquería y convertirla en tema imprudente, se mete en el trabajo, en la oficina, en los buses, en universidades, en parques, en calles y hasta en el hogar; me atrevo a decir que hasta en la cama genera calurosos debates. Ello, gracias a Aristóteles que la puso en aquel pedestal, al clasificarla como la forma de gobierno más aconsejable, categorización por la cual, ganó tal prestigio. Cualquier parecido con la realidad que estamos viviendo, será coincidencia?
Muchos fueron los pensadores trascendentales que aportaron en la construcción de ese modelo de gobierno trascendido en el tiempo y el espacio. Referenciemos algunos: Maquiavelo con su obra cumbre “El Príncipe”, un código de estrategias y consejos conspiradores útiles al político para despertar su sagacidad en ese terreno; Rousseau, quien sabiamente dijo: “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”; no debería ser la sociedad quien lo pervierta, lo vuelva egoísta o ambicioso, pero fue acertado Rousseau, a pesar de haberlo dicho hace tantos siglos. Lo asombroso es que todos hacemos parte de esa sociedad y no hemos podido -o querido- corregir esa perversidad humanoide.
Posteriormente aparecen Marx y Engels, con sus ilustres teorías sobre la producción, que solo han servido para estigmatizar al hombre, pues para muchos aquello de pretender arrasar la propiedad del rico para dársela al pobre, es una idea decadente y descabellada que por gracia de su sociedad, termina marxistamente satanizado, al considerar que ser generoso de corazón y socializar la producción para hacer una sociedad más igualitaria y justa, es un hurto disfrazado de socialismo o comunismo fatalista y no un sentimiento de corazón bondadoso y generoso.
Este año, cuando nuestro país ha vivido un año político nos hemos dado cuenta hasta donde se ha tergiversado esa noble labor. Desde el epicentro del poder se nota, que sus efectos no son los que ni Aristóteles, ni Platón, ni Maquiavelo, ni Marx, ni Engels, ni muchos más se propusieron para delegárnosla a los hombres como la mejor heredad, para que aprendiéramos a gobernarnos con buenas intenciones, sin caer en la contienda y en la falta de honestidad. Necesitamos dejar de ser actores proactivos de un conflicto; no participar en actos ilegales o de corrupción para luego sentir vergüenza -o hacerle conejo a la justicia-; que la sociedad no sea la que corrompa al hombre, al contrario, formar hombres y mujeres preclaros para construir una patria transparente y librepensadora. Pensemos, es el mejor ejercicio de la verdadera política.

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