martes, 12 de enero de 2010

Se apagó la Navidad


Las luces y los adornos se apagaron, pero se encendió la llama de la vida

Ayer me visitó la nostalgia. Todo porque al salir a la calle, vi a los vecinos desmontando los atavíos de navidad que adornaron la cuadra durante casi dos meses. Se veía todo tan bonito que hubiera querido seguirlos viendo allí: bastante colorido y mucha luz; la luz que nos trae la navidad y la alegría que viene implícita. Acá en la casa también estuvieron en esa tarea: yo los sentía quitar los moños, guardar los papas Noel y las guirnaldas, para acomodarlas en una caja, “hasta la próxima navidad” y meterla bajo la cama. Fue como cerrar la caja de sorpresas. Pensé en todos los que estarían en la misma labor: guardando las luces y la gama de colores de la temporada. Es como sentir que el alto en el camino, las vacaciones que nos da la vida se han acabado y debemos retomar la rutina para seguir en la lucha cotidiana. Pero bien. Es la etapa cuando se recargan las baterías del alma con los saludos, los abrazos, los regalos, los encuentros y reencuentros, los perdones, las buenas viandas y la satisfacción de las metas cumplidas.


Este recoger del árbol, las luces y los adornos nos determina que esta época de festejos y de jolgorio del corazón ha terminado y debemos retomar la lucha y el camino emprendido…. ¡hasta la siguiente llegada del niño Dios! Siempre lo esperamos con ansia, quizá porque cada nacimiento nos renueva las esperanzas, nos remite a la unión familiar y a la concordancia de los ánimos. Ojalá que la navidad nos haya dejado su luz y el cielo las bendiciones necesarias para tener un nuevo año despejado.



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